Ermita de «San Bernabé» en el barrio de Fano (Erandio, Vizcaya)
De siempre, desde niño, el mirar un papel virgen, o ahora la pantalla en blanco, me ha producido una serie de sensaciones (no necesariamente de agradables) que podría resumir en una: inquietud.
Creo que es la mejor metáfora de la vida. Cuando despertamos, cada día es como un folio en blanco, y eso me lleva a pensar que, tal vez, la vida no tiene sentido, y esto no es ninguna desgracia; al contrario, es un regalo.
Por eso, los objetivos son importantes. No olvidemos que uno de los siete pecados capitales es la pereza. No son pocos los momentos de acidia que vamos a experimentar en nuestro recorrido mundano, pero son esos mismos momentos los que valen. Quiero decir, son las madrugadas de desgana en las que el deportista sale a entrenar igualmente y ese día es el entrenamiento que más suma. Y lo mismo sucede a cualquier persona tanto en el ámbito personal como en el profesional.
Todo comienza al abrir los ojos. Si tengo por norma levantarme a las 7, me levantaré a esa hora, tenga ganas o no. Supongo que, para mí, trascender las ganas es subir un escalón espiritual; es mucho mejor que vencer, porque para vencer necesito gastar energías, pero trascender ya no supone ningún esfuerzo, y es, por eso, un paso más a la libertad. ¿Y no es la libertad el fin último? ¿Lo que, en el fondo, anhelamos?
Recuerdo de adolescente una llamada de mi entrenador, en invierno, cuando competía en ciclocrós.
—¿No has salido a entrenar? —me preguntó al otro lado del teléfono.
—Llueve.
—¿Y? El agua solo moja.
Ni que decir tiene que me puse el chubasquero y me fui al monte a llenarme de barro. Prefería un posible berrinche paterno por llegar hecho un Cristo que la mala conciencia de no hacer lo que debía.
Entiendo que es un hecho que, cuando hacemos lo que debemos, sorteando deseos y opiniones ajenas, sentimos paz. Y paz y libertad van de la mano.
Aunque ya no me pirro por rodar cuando llueve, sí sé que algo no está bien el día que no escribo o no hago cualquier otra actividad que me he propuesto alcanzar. Seguramente, me he dejado vencer por una tristeza de ánimo, por la indolencia o por algún disgusto. En verdad, esas emociones no son excusas. Y no, no estoy siendo duro conmigo mismo.
Pondré un ejemplo: muchos de nosotros solemos hacer alguna actividad para desconectar de la rutina, llámese ir al gimnasio, nadar, etcétera. En ocasiones no tenemos voluntad para hacerlas porque la jornada ha sido dura, por falta de motivación o porque es verano y pasamos más calor que una foca en el desierto. Sin embargo, si vencemos esa apatía, esos días se convierten en los que más satisfechos nos sentimos.
En conclusión, caer en la procrastinación es ir contra uno mismo. A no ser que nuestro objetivo en la vida sea ese: zanganear. Pero, entonces, nos condenamos a una vida de esclavitud y total dependencia.
Que Dios, o el ente en el que cada uno desee creer, no nos haya dejado marcado un objetivo específico es un regalo; un regalo dulce y envenenado a la vez. Así que puede que la vida, por poner otra metáfora, sea como un lienzo limpio esperando ser pintado. Sí, ya sé que hay agentes externos que no controlamos, y sería ridículo intentar jugar o manipularlos a nuestro antojo, pero también es verdad que, como decía el maestro y filósofo Antonio Escohotado (Madrid, 1941-2021): «De la piel para adentro, mando yo. Ahí empieza mi exclusiva jurisdicción, y elijo si debo o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano».
Es cierto que enfrentarse a ese lienzo para pintar algo puede producir inquietud (como la hoja en blanco de niño o la pantalla del ordenador ahora), pero «inquietud» no me parece una mala palabra. Aunque la RAE diga en sus dos primeras definiciones que es «falta de quietud, desasosiego y desazón» y «alboroto y conmoción», también tiene un tercer significado, que considero más sustancial: «Inclinación del ánimo hacia algo, en especial en el campo de la estética».
Es el tercer significado el importante y el que deseo resaltar. Añadiría que, en mi opinión, no se reduce al campo de la ‘estética’, sino que podemos aplicarlo de una manera integral y personal.
Me explico: cualquier objetivo comienza con una inquietud propia. Por lo tanto, la inquietud es otro regalo dulce y envenenado, y los presentes que tienen estos dos ingredientes mencionados los hacen líderes sobre el resto. ¿Por qué? Porque es la gasolina que más nos va a ayudar en lo que llamo el propósito más «estético»: sentido a la vida.
Y concluyo invitándote a leer un post antiguo: «El (mejor) sentido de la vida».
Hoy toca pedalear hasta el barrio de Fano (Erandio, Vizcaya). Allí nos encontramos, en la cima, con la ermita de «San Bernabé» ,aunque su advocación original fue para «San Pablo». Ambas advocaciones convivieron hasta la primera guerra carlista, pero sus dos imágenes (estatuas) fueron robadas. Según las fuentes, en dicho contencioso, materiales de la ermita fueron sustraídos para edificar el fuerte de «San Pablo» en lo alto de la cumbre de San Bernabé. Numerosas has sido las reparaciones hasta la actualidad. Esta ermita tiene sus raíces en el siglo XVI, con muros de mampostería y tejado a dos aguas.
Desde esta colina se pueden gozar de excelentes vistas en todas direcciones, en especial de la margen izquierda y la ría. La visita también puede hacer las delicias de los más txikis al tener la ermita una curiosa campa con algunos columpios.
Para los más interesados apuntar que la festividad de San Bernabé es el 11 de junio.
Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/
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