Ahora que el país está recluido en su casa, ahora que comprendemos nuestra fragilidad como especie, me pregunto si será el fin de la época posmoderna. Una época que ya empieza a durar demasiado. Porque no nos engañemos, el posmodernismo es una ideología que solo puede medrar en sociedades que tienen un alto nivel de vida.
Y que, por tanto, se aburren.
Porque cuando las personas se aburren, se ofenden con facilidad, buscan dramas con los que nutrir su vida. Por citar algunos: el feminismo pop en occidente, el ecologismo de pancarta, el veganismo intolerante, los nacionalismos victimizantes, los indigenismos venerados falseando la historia española, o cualquier otra doctrina populista que a usted se le ocurra.
El populismo es el arma de la posmodernidad para conseguir adeptos con una vida vacía, ansiosos por darle un sentido a su existencia a base de mantras y eslóganes. Mantras y eslóganes que repetirán orgullosos sin actitud crítica.
Gracias a ellos dejarán de ser individuos y formarán parte de la Matrix.
Ha tenido que venir un virus desconocido de la China para darnos una bofetada cojonuda de realidad. Ponernos en contexto de lo que es un problema real y de lo que es, simplemente, credos con los que uno busca sentirse especial.
El coronavirus es el niño del cuento que se atrevió a decir que «el Rey va desnudo». Los niños son la verdad. Y con esa «desnudez», que indicaba el mocito de la fábula, vienen otras sinceridades: la incapacidad de nuestros políticos, la ceguedad de la casi todas las élites culturales (aunque, personalmente, creo que más bien es un colectivo comprado a través de subvenciones), o la fragilidad del sistema de valores new age importados, alejados de las raíces cristianas que han construido Europa (porque no, no tenemos que pedir perdón por lo que somos y de dónde venimos).
Y no exagero con el último ejemplo, porque es obvio que actualmente ser rebelde sería casarse por la iglesia, tener hijos, formar una familia tradicional, ir a misa los domingos, llevar un crucifijo en el corazón, comer carne regularmente, y, si nos ponemos un poco traviesos, leer clásicos como «Lolita» de Nabokov, o visionar filmes como «El último tango en París» de Bertolucci.
Es decir, todo aquello que hoy produce indigestión sería lo verdaderamente punk.
El reclutamiento obligatorio en nuestras viviendas va a (casi) obligarnos a hacer lo que más odian los posmodernos: la autocrítica. Claro que el sistema tiene sus recursos para combatir este tipo de crisis (y así su rebaño no le dé por el peligroso ejercicio de pensar): redes sociales, Netflix, etc. Lo que sea menos el SILENCIO.
El silencio es el ruido más molesto.
Esta crisis va a hacer caer a este gobierno lleno de insoportables políticos posmodernos.
¿Por qué?
Porque el posmoderno nunca es responsable de nada, pero esta vez no se van a escapar de sus actos.
Siempre he escuchado que para los chinos la palabra «crisis» significa «oportunidad». Puede que sea una ocasión inmejorable, con el coronavirus como antibiótico, para despertar y abrazar la responsabilidad.
Sí, la responsabilidad, ese concepto que desconocen nuestros gobernantes.
Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/
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