EL BOTXO MÁGICO (II). UNA OPORTUNIDAD DE CONOCER BILBAO EN TIEMPOS DE CONFINAMIENTO (ERMITA DE SAN ROQUE EN PAGASARRI, SIERRA GANGUREN Y MONTE «BANDERAS»)

Publicado: 21 febrero, 2021 en CICLISMO

Vista Panorámica «Molino Artxanda»

Bienvenidos de nuevo a mi blog y a esta continuación del «Botxo mágico» en tiempos de confinamiento.

Comencé el primer post hablando de que se nota un hartazgo por este encierro que ya dura demasiado, y voy a decir algo políticamente incorrecto: es obvio que el coronavirus está aquí para quedarse. Por tanto, y ante este hecho, ¿no es mejor dejar a la gente libre?

También asistimos al enfrentamiento entre los políticos y los jueces. El poder judicial del gobierno vasco ha dejado que la hostelería abra, y esta sentencia no ha gustado a los dirigentes. Siempre es igual: cuando a los que nos gobiernan no les gusta un fallo de los jueces, echan pestes del poder judicial. Si nuestros gobernantes son los primeros que no respetan la independencia del poder judicial, ¿qué pueden esperar de los ciudadanos?

Lo curioso es que dependiendo de la ideología de cada uno (es decir, de quién gobierna o no), se inclinan por un bando u otro. Es lo que tiene abrazar una ideología, que la mente se convierte en dualista (los que piensan igual que uno, y el resto).

Por otro lado, quiero comentar que las cosas que hacemos no son por azar. Ni siquiera nuestras aficiones o evasiones hedonistas.

La bicicleta, por ejemplo, es una evasión placentera (y no en pocas ocasiones, dolorosa), pero también rebelde.

¿Por qué «rebelde»? Porque un rebelde marca su propio camino. El ciclista es su propio guía, rara vez es un seguidor. Un rebelde es responsable de sus decisiones; un seguidor, no. Los seguidores tienen un líder, gurú o como se lo quiera denominar, que es responsable de sus acciones, mientras que el ciclista es un enamorado de la libertad total. Si se sigue a otros (sean personas o ideologías) se pierde la oportunidad de tener experiencias propias (de acertar y de equivocarse, porque de todo se aprende).

En mi experiencia, andar en bicicleta es una forma excelente de conocerme más, de ser yo mismo. Pedaleando, llego a mis propios «maestros» (el dolor y la felicidad), y creo que la vida es como andar en bicicleta: si te caes, no hay otra que levantarse y seguir avanzando.

Una vez, en verano, pedaleando al vivero por Monte Abril, me encontré un gorrioncillo que se había caído del nido. Piaba agarrándose a la vida, llamaba a su madre. Hacía bochorno. Le di un poco de agua y lo dejé a la sombra con la esperanza que su madre lo escuchara. Así fue. Pero la madre lo observó unos segundos a distancia y lo dejó allí, abandonado. Creo que los animales saben si una cría va a sobrevivir o no, y, si entienden que no, la abandonan. Yo me resistí a ese hecho y pensé en bajarlo (en un bolsillo del maillot) a Bilbao, para intentar que se salvara. El gorrioncillo piaba y piaba. Y, en un instante que no he olvidado, murió. Así, de repente. Su vida se escapó mientras lo sostenía en mis manos.

De aquello saqué una lección importante de vida, pero prefiero no comentarla aquí para que cada uno, si lo desea, saque sus propias conclusiones.

Sin más preámbulos, comencemos ya esta segunda parte del «Botxo mágico».

Pedaleé hasta la ermita de San Roque (en esta ocasión, a la del Pagasarri). Por supuesto, como la anterior, estaba cerrada a cal y canto. ¡Otra vez me quedé con las ganas de ver al santo! No me extrañaría que su interior, como el de la de Bilbao-Sondika (os dejo enlace aquí), esté tan deteriorado como se ve por fuera.

Informándome, pude averiguar que San Roque es el patrono de los apestados. La historia narra que en 1575 hubo una epidemia de cólera que causó estragos entre los bilbaínos. Por eso se construyó esta ermita en el Pagasarri, y parece ser que tuvo éxito porque, según las fuentes que he investigado, la enfermedad remitió sensiblemente.

Desde entonces, y en agradecimiento al santo, los 16 de agosto se celebran romerías en su honor. Quizás, en estos tiempos de pandemia, debamos hacer como nuestros conciudadanos del siglo XVI, y orar a San Roque.

Tras una corta visita a la ermita, continué pedaleando, sin traspasar los límites municipales permitidos. Me apeteció subir a Santa Marina y, una vez allí, fui por caminos limítrofes con Galdakao, pertenecientes a la sierra de Ganguren (el punto más alto de esta sierra es el monte Ganguren, con 477 metros). Este es un bosque denso, en su mayoría pinos, y con senderos muy ciclables.

Me doy el gusto de compartiros algunas fotos.

Como ya había visitado el mirador de Monte Abril y fotografiado los restos de la guerra civil que han quedado en el monte, me dije que hacía tiempo que no coronaba hasta el monte «banderas» (también conocido como Monte de San Antolín o cima Elorriaga). Este monte, de 222 metros, también se ubica en la sierra de Ganguren.

Entonces, pillé dirección Artxanda, me detuve en la vista panorámica «Molino Artxanda» (foto de presentación de este post) y pasé por la zona habilitada en la que generaciones de bilbaínos nos hemos examinado del carné de conducir. El camino a la cima del monte está cerca de este lugar, a mi izquierda según avanzaba en dirección Enekuri, y aunque no es muy bueno, es perfectamente circulable para una mountain bike.

A mitad de esta corta subida, pude ver a mi derecha la escuela de «Arco de tiro Olímpico». Pocos metros más adelante, un refugio para jóvenes (desconozco si es propiedad del ayuntamiento o de alguna ONG). Desde el refugio, quedan unos doscientos metros hasta la cumbre, que no se puede alcanzar del todo ya que está cerrada por una verja porque allí se encuentran las instalaciones de un repetidor.

Gracias a la información de un compañero txirrindulari pude saber que, donde ahora está el citado repetidor, había un fuerte durante el asedio de las guerras carlistas (contiendas civiles a lo largo del siglo XIX). Sin embargo, antes, en 1791 (durante el reinado de Carlos IV), había allí un telégrafo (por tal motivo, el seudónimo popular de monte «banderas»). Aquel telégrafo, instalado entonces por el Consulado de Bilbao, estaba en conexión con otro repetidor (el del «Fuerte de San Ignacio», en Usategi – Getxo). La misión de ambos era recibir la información de entrada y salida de barcos por el «Abra de la ría».

 

Tras quedarme satisfecho, continué deambulando por la villa, combinando senderos, caminos y carreteras. Pedaleaba sin rumbo, pero feliz; sin más ambición que ver el atardecer de Bilbao.

Aquí os dejo, para finalizar, algunas fotografías crepusculares de nuestro «Botxo» mágico.

*Y puedes descargarte, gratuitamente, los relatos:  LOS CREPÚSCULOS MUEREN A LO GRANDE, KRIPTONITA FEMINISTA , DOS FUGITIVOS de Ritxard AgirreINSTINTO,  «TARÓTICO. Un viaje sexpiritual» (REMASTERED – 2023)MI MANERA DE AMARTE SIEMPRE de Ritxard Agirre y el ensayo «TAROT. Camino de luces y sombras»

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