ARCANO XII. EL COLGADO. SOÑADOR (TARÓTICO. Un viaje sexpiritual – REMASTERED)

Publicado: 12 diciembre, 2021 en Tarótico

«Se puede matar al soñador, pero no al sueño» (Ralph Abernathy)

Siempre me he preguntado por qué nunca nadie viene aquí, con lo bonito y fascinante que es.

En mi infancia solía pasar con la bicicleta. Entonces las bicis no eran como las de ahora claro; eran auténticos muertos, pesados, sin amortiguación, sin cambios, a piñón fijo, pero eran símbolos de libertad. Tener una bici era como tener un caballo en el lejano Oeste.

Veraneaba en León, en un pueblecito que se llama Huerga del Río. Era un lugar idílico. Durante el día quedábamos para ir pedaleando por pueblos de carretera cementada, bajo un sol de justicia, sorteando las heces de las vacas, con paisajes llenos de girasoles y plantaciones de cebada. No había comercios, y a las seis de la mañana te despertaba a gritos primero el colchonero, oficio que solo escuché en esos lares, persona que jamás llegué a ver en mi pereza matutina y siempre me pregunté quién demonios sería y quién querría colchones a esa hora. Más tarde, te despertaban los rebaños de vacas que pasaban por mitad del pueblo e iban a pastar a los prados, cagándose a la puerta de casa, para perfumar el día desde primera hora. Y para rematar, ya cuando me echaban de la cama a la fuerza, pasaba una furgoneta: el panadero haciendo su ruta. Ahí sí, yo, goloso de mí, acompañaba a mi abuela a ver si además de pan cogía algún dulce; solían ser tortas típicas castellanas, rosquillas, y poco más, y no siempre tenía. Cuando no llevaba, me enfurecía y pensaba: «¡Qué vago! ¡Hoy no ha querido hacer!», aunque ahora supongo que era más lógico pensar que, simplemente, se le habían agotado porque mi pueblo era el último en la ruta a repartir. Después iba a mi lugar favorito: la fuente del pueblo, donde el agua siempre era fresca a pesar de los bochornos que sufríamos a diario. Al lado estaba el río que ladeaba el pueblo, a cuyo nombre le hacía honor, y cruzando el río, empezaba la magia: el bosque frondoso lleno de pistas de piedras, casi imposibles para las bicis, que llegaban a un pantano. Tras el pantano, otros pueblos, otros lugares, donde todo se repetía y volvía a comenzar, y aun así cada lugar era una sorpresa.

Mi lugar de recogimiento estaba en el medio del bosque: un templo que me gustaba admirar. No era un templo al uso, ya que carecía de carga religiosa, nada de adornos de santos ni otros por el estilo. Tampoco era una ermita, ni un castillo pequeño, ni fortaleza. La verdad, no sé qué nombre atribuirle; lo más cercano es «templo» sin llegar a serlo. Recuerdo que nunca entré. No era muy grande ni muy pequeño. No era especialmente bonito ni de arquitectura llamativa. Era más bien sencillo, con unos pequeños escalones que llegaban a la puerta principal, grande y con columnas alargadas y sobrias. Tan solo me quedaba allí, contemplando; era lo único que ambicionaba. Nunca pensé en cruzar su puerta; ni siquiera tuve esa inquietud. Quedarme solo a observar era suficiente; y cuando lo hacía, me preguntaba por qué nadie venía aquí. Se debía quizás a que era un lugar perdido, onírico, en medio del bosque, en medio de la nada. En esa nada estaba para mí el regalo de la calma. Años, muchos años después, volvía a encontrarme allí: frente al templo, con las mismas sensaciones que antaño, gozando en la quietud.

Desperté a media tarde. Debía de tener un agotamiento tan extremo que dormí y dormí hasta que mi cuerpo satisfecho decidió por sí mismo amanecer. Mi mente también había decidido descansar.

Suelo tener el sueño del templo, y siempre que sucede, me quedo un rato angustiado sobre la cama, reflexionando si ese lugar existe en realidad. Mi mente racional dice que no; sin embargo, mi ser está seguro de lo contrario: yo he estado allí. Me esfuerzo en recordar el camino por el que llegaba hasta él de pequeño para demostrar a mi razón que está equivocada. Cuando ya estoy agotado e impotente por mi esfuerzo inútil, y en la guerra entre mi razón y mi inconsciente no llego a ningún acuerdo, solo al hastío agotador de no vislumbrar la solución, decido levantarme y dar un paseo, que me dé el aire antes de que termine el día.

Esta vez, observé que mis gatos me habían acompañado en mi descanso sin molestarme. Suelen despertarme a las seis de la mañana, ya celosos de mimos (digamos que son los «colchoneros» de mi vida adulta) pero hoy, que mi cansancio necesitaba un sueño extra intenso, los felinos lo habían percibido y respetado, y cuando desperté, se los agradecí solemne. Ellos me miraban como si hubieran descansado tan profundo como yo, y doy fe al contemplarlos apacibles que así fue. Esa tarde de domingo, tras cepillarlos, cambiarles el agua y la arena, y darles su comida con algún paté de premio por sentirlos tan cercanos cuando los necesitaba, me vestí y salí a despejarme.

Durante el paseo, retomé mi reflexión sobre el templo. Tal vez el sueño busca lo que mi inconsciente quiere: ¡Paz! ¿Debería ir al templo más a menudo y no solo cuando mi estado físico o emocional es tan extremo que una fuerza interna me lleva allí a reponerme? ¿O debería aceptar que iré allí cuando tenga que ir, que mi inconsciente sabe cuándo lo necesito y tiene las herramientas para llevarme? Quizás tendría que confiar y fluir, porque es algo incontrolable: estoy destinado a ir allí cuando deba ir. ¡Ojalá fuera más a menudo! Es muy gratificante lo que me traigo de allá, nada material pero sí unas sensaciones de vacío que son plenitud. Allí no necesito ser escuchado, ni llamar la atención; no siento ese temor humano y narcisista de pasar inadvertido, desaparece mi miedo a que me ignoren o me rechacen. Allí soy y existo en la relación conmigo y con nadie más. En la soledad de ese lugar absorbo ese templo, me reflejo en ese desconocido que soy y lo miro sin miedo; no me hace falta ver ni escuchar nada más. Allí no hay expectativas sobre mí, ni mías propias ni de las personas que me rodean.

Creo que tener expectativas sobre los demás es un acto egoísta; a mí me incomoda y huyo de los que tienen alguna en mí. Ya desde niño lo había sufrido. En mi caso era que se suponía iba a ser un gran artista porque se me daba más o menos bien manchar lienzos, y por supuesto, yo también comencé a crearme expectativas sobre los demás porque es lo que aprendí, pero todo este funcionamiento es una trampa cruel porque nadie ha podido nunca satisfacerme por completo en realidad. Y yo no puedo haber defraudado a nadie por no ser el nuevo Matisse o Van Gogh. En todo caso, si alguien dijera que lo he defraudado, tal vez sea porque no me quería tanto. Huyo cada vez más de las esperanzas ajenas sobre mí, aunque tal vez mi primera lección sea dejar de esperar algo del prójimo. Por ejemplo, en mis relaciones con las mujeres que esperan que actúe y sea de tal o cual manera con ellas porque «me aman», o con los amigos que hacen algo esperando que yo «sí sea un colega de verdad» y haga algo a cambio sin pedirlo directamente. Para mí, todo eso no es más que egoísmo y del peor. Es todo un poco loco, y a veces yo también me veo reflejado en ese egoísmo porque a ego y manipulación sí que soy un campeón, lo que pasa es que tener consciencia de ello hace que me sienta culpable e intento evitarlo, y en esa lucha estoy; quizás, alguna vez logre vencer.

Supongo que a falta de relaciones puras, desinteresadas, incondicionales y libres, fabulo que mis relaciones son reales y felices… y es que mis sueños, esos sí que son míos y a nadie le afectan. Los puedo sentir y soy el único responsable de ellos, y es que los sueños propios deben ser el arte del juego íntimo.

Ya de noche y satisfecho de mi paseo, decidí volver a casa. Había analizado suficiente, y dudo que fuera saludable hacerlo más. Puede sonar gracioso, pero lo digo en serio: demasiado análisis debe ser contraproducente para la mente, o al menos para mí.

Crucé la calle llegando a mi portal. El barrio ya estaba desierto, y me di cuenta de que el tiempo había volado; era medianoche. Con las luces de los vecinos apagadas, me dispuse a abrir el portal de mi edificio cuando alguien me golpeó en la cabeza. Caí al suelo de rodillas. Giré para reconocer a mi agresor. Apenas podía ver ya que la sangre brotaba a borbotones, y distinguí a un hombre con algo en la mano, tal vez un bate, un bastón o una vara de hierro, quién sabe. Intenté levantarme y defenderme, pero estaba aturdido, y mi atacante aprovechó para darme el golpe de gracia, tan violento y feroz que quedé abatido. De propina, recibí otro infeliz golpe contra el suelo y sentí que buscaba mi cartera en los bolsillos. Tras una cortina de sangre vi huir a mi enemigo.

Súbitamente, la oscuridad estalló en mí, pero tuve un segundo para preguntarme: ¿Es este el final? ¿Será mejor partir así? ¿Sin aviso del instante en que comienzo el viaje a los negros brazos de la muerte?

*Puedes descargarte, gratuitamente, mis relatos: KRIPTONITA FEMINISTA , DOS FUGITIVOS de Ritxard Agirre , «TARÓTICO. Un viaje sexpiritual» (REMASTERED – 2023) y MI MANERA DE AMARTE SIEMPRE de Ritxard Agirre

Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

TÍTULOS A LA VENTA (AMAZON y LIBRERÍAS)

««KIRK BOSTON contra la banda de Mark «el Guapo»»

Frontal el guapo

««JESÚS, EL HOMBRE MODERNO. 10 «leyes» para sobrevivir a tiempos posmodernos»»

JESÚS, EL HOMBRE MODERNO

«LA REDENCIÓN DE JOHN DICKSON»

«BILBAO y el mal escritor» – VERSIÓN KINDLE

Cubierta Bilbao

BOOKTRAILER  «BILBAO y el mal escritor»

«EL RUGIDO SECRETO» – VERSIÓN KINDLE

VERSIÓN KINDLE «EL EDIFICIO»

«TAROT. CAMINO DE LUCES Y SOMBRAS» en VERSIÓN KINDLE. ¡EDICIÓN ESPECIAL A TODO COLOR!

 

comentarios
  1. […] lo iba a permitir. Iba a ser «egoísta». Por mí. Por él. ¡Por los […]

Deja un comentario