O ELLA O NADIE (EL DIARIO DEL BUEN AMOR – REMASTERED)

Publicado: 21 julio, 2022 en El Diario del Buen Amor
MJ

Imagen cortesía de Txema León http://txemaleon.com/

«Todo lo que no sea un amor loco y apasionado es una pérdida de tiempo»

¡Qué feliz soy leyendo! Es mi meditación. Si la lectura me atrapa, entonces, mi ser es absorbido y me evado tanto que me pierdo en las viñetas. Y, digo viñetas, porque son los cómics lo que me fascinan con sus ilustraciones acompañadas de narrativa y diálogos. La mezcla perfecta entre verbo e imaginación. Colorido y fantasía. A veces, levantaba la vista y miraba a mi alrededor. Veía, sobre todo, estudiantes con caras sufridas, intensas y lúgubres. Sabía que estaban allí por obligación, no por devoción. Eso me diferenciaba.

Tras una viñeta especialmente divertida, y con una risa apagada para no molestar al vecindario estudiantil, levanté de nuevo la mirada y la vi. Ella también me observaba. Concentrada con ojos en llamas, quemando. Me turbé y bajé la mirada avergonzado. No estaba acostumbrado a que una mujer tuviera el papel activo en un acercamiento. ¿Ellas se sentirían así de incómodas cuando yo era el «acosador»? Me sentía invadido en mi intimidad. Violado. Volví a alzar la vista y ahí seguía. Imperturbable. Empezaba a tener la sensación de cierta desnudez en mí. Cuando me quise dar cuenta ya estaba frente a mí. Alta. Erguida. Potente. Dura y, a la vez, tan linda; de fuertes rasgos morenos y juveniles. Poco más de veinte primaveras. Con jersey gris de cuello alto ceñido, que no ocultaba su voluptuosa línea, vaqueros claros y botas marrones. Me sonríe ligeramente. Puedo ver su blanca dentadura separando sus jugosos y grandes labios. Un instante más tarde decido atreverme a mirarla mejor. Veo sus oscuros ojos color de tierra y fuego. Podía olerla. Sabía que, si se iba en ese preciso momento, su perfume lo llevaría conmigo; quien sabe si días o años. Soberbia, me lanza un trozo papel cuidadosamente doblado, y frunciendo el ceño, y con pícara sonrisa, sigue su camino. No me faltó tiempo en leer el contenido de aquella misiva. Siempre fui de tez fantasmal, pero mi rostro, aquella tarde, debía de ser una oda al tema eterno de «Con su blanca palidez» – A whiter shade of pale de Procol Harum.

«Eres el único dichoso en esta sala, eso me divierte y me excita. Ya son muchas semanas las que te observo. Te espero en la puerta del excusado de chicas. Te deseo. Estoy segura de que vendrás»

Empecé a mirar a mi alrededor. Dudé. ¿Había alguna cámara oculta? ¿Era la victima de alguna broma televisiva? Esto no podía estar pasando. Mis manos temblaban. ¡Estaba aterrorizado! Intenté levantarme, pero sentí un mareo. Respiré tres veces hondo, sobre todo la última, llenando bien de aire el abdomen, como si quisiera insuflar valor y, como un cohete, fui a su encuentro. Allí estaba con su mueca de autosuficiencia que empezaba a ponérmela dura de cojones. Cogió mi mano y, aunque la biblioteca estaba llena, para mí, ya no había nadie más que ella y yo. Me condujo a una sala de actos que estaba casi diáfana, con una amplia mesa de reuniones, y sillas a su alrededor. Cerró la puerta y quedamos en penumbra. Quise encender la luz, pero ella me detuvo y me susurró: «La luz de nuestra llama es suficiente». Me besó. La humedad caliente de su boca empapó mi lengua. Sus manos atraparon mi nuca y mi cintura. Me estaban seduciendo y, la sensación de rendición, era la única victoria honorable que se me ocurría. De la cintura bajó a mi bragueta mientras olía mi pelo y, a cada exhalación, parecía excitarse aún más. Buscó afanosa a mi pequeño «Buda». No tardó en encontrarlo. «Me parece que no me han presentado a tu amiguito» dijo, sonriente de luz. Caí en que no sabía su nombre. Ni ella el mío. Y, lo que era mejor, no le importaba. Con agresividad yin me arrastró hasta la amplia mesa donde apoyé mi trasero como pude. Ella me miró con tanta intensidad que casi eyaculo en ese momento. Hacía el amor con los ojos. Entonces lo adiviné. ¡Adiviné lo que deseaba con todo mi ser en ese momento! Deseaba saber cómo huelen sus ojos. Anhelaba saber cómo miran sus pechos. A qué saben sus labios. Cómo danza su pelo y, sobre todo, como grita su cuerpo. Lujuriosa señaló guiñándome un ojo: «Voy a presentar mis respetos a tu amigo. Tú no te vayas de aquí». Y me regaló su amor. Ardiente. Líquido que se mezclaba con el mío. Ella quería todo. Y lo tomó. No podía ser de otro modo. Profundo. Oscuro y latiente. Mi corazón y mi pene, en su paladar, corrían en diferentes pulsaciones. Guió mis manos a su cabeza, me pedía ayuda, gustoso se la ofrecí e indiqué el ritmo que convenía a mí, hoy, extasiado «dragoncito», que se sentía protegido y amado. Empecé a ver mandalas de colores en esa oscura habitación. Primero, rojos. Más tarde naranjas. Amarillos. Verdes. Azul claro. Luego, azul índigo, para terminar en infinitos chorros de lilas y violetas explosivos; orgásmicos. El amor es el afrodisíaco, y el sexo, la iluminación. Se irguió de su «nirvánico» quehacer y, entredientes, con el deseo a flor de piel, se quitó su jersey de cuello alto y su sujetador de color morado. Embelesado. Admirando sus turgentes y, ambiciosos pechos, me dijo con la seguridad que solo una mujer convencida puede hacer: «Ahora me vas a pertenecer». Miró mi «Buda» reluciente y, con el amor de una madre, lo acarició no solo con los dedos, también con el corazón. Se lo introdujo, cuidadosamente, en su nuevo hogar. En su casa. Donde cuando la chimenea está encendida y, la cena preparada, uno sabe que es querido. Mientras, con lentos vaivenes, mi «budita» navegaba feliz en el universo vaginal seguía reclamando mi mirar. Mi dragón estaba dentro de ella y sus ojos dentro de mí. «Más», supliqué. «¿Cómo dices niño?» respondió incrementado el ritmo. «¡Quiero más!» imploré. «¡Ruégamelo!» ordenó. «¡Más, por favor!!!» rogué obediente. Se me iban a caer las lágrimas de felicidad. Esto era poesía. Violentamente, como una diosa de la destrucción, buscó mi esencia vital. Sus paredes vaginales se contraían y vencían a mi sexo. Yo era un río y ella era el mar donde quería desembocar y morir. Tembló. Temblamos. Me arrojé y me fundí. Nos fundimos. Jadeando cayó sobre mí. Éramos un océano de sudor. Entonces lo supe.

Era ella o nadie.

El calor acogedor de nuestros cuerpos que late como las buenas brasas que duran. Con nuestro fuego ya lento y protector pude recuperar el aliento y, como una caricia, me dijo al oído:

«Bienvenido, niño mío. Hoy has nacido de nuevo».

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«EL DIARIO DEL BUEN AMOR» (REMASTERED – 2023)

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Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

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comentarios
  1. […] este bellaco siempre le gustaron mis pechos, y siempre le gustarán. No soy mujer que disfrute mucho de ser besada en esta zona del cuerpo, […]

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