ARCANO XVIII. LA LUNA. HÉCATE (TARÓTICO. Un viaje sexpiritual – REMASTERED)

Publicado: 18 agosto, 2022 en Tarótico

«No debe prometer andar en la oscuridad quien no ha visto el anochecer» (John Ronald Reuel Tolkien)

Corría sin detenerme. Bajo tierra. En pasadizos de un inframundo de olores fétidos y vapores hediondos que surgían de la negrura; un paisaje desolador, desmedido, amenazante, caótico.

Mi perseguidor se me acercaba cada vez más. No había podido verlo, pero sabía que estaba tras de mí; acechándome sin descanso. La oscuridad acompañaba el peligro. Aterrado y sin sentido de la orientación, realidad o ilusión, estaba en un reino de silencio donde solo oía mis veloces pisadas y mi propio latir.

Varios caminos surgieron ante mí: algunos seguían adelante y otros bajaban más. No sé por qué siempre decido bajar; lo hago sin pensar ni razonar. Debo de ser masoquista porque cuanto más me hundo en lo desconocido, más temor e inquietud siento.

Descendía en este mundo de sombras y horrores mudos, huyendo y pensando cuándo acabaría todo esto. Tras un rato, me pareció divisar una luz a lo lejos. Caía más y más por esos pasadizos sin perder de vista la luz, y cuando al fin me detuve, encontré una vieja puerta de madera entreabierta. La empujé y allí, de pie, estaba una mujer alta, sombría, con una antorcha en la mano, vestida con una toga grande y oscura, y en la frente, el signo lunar creciente. La acompañaba un enorme perro negro de aspecto infernal, ojos amarillos, fiel y preparado para acatar cualquier orden de su ama.

–¿Por qué huyes? –preguntó enojada–. ¡¿Por qué perturbas el silencio de mi reino?!

–¡Alguien me persigue! ¡Creo oír sus pasos cerca! ¿Y quién cojones eres tú?

–¡Mi nombre es Hécate, insolente! –rugió con voz profunda–. ¡Y aquí sólo estas tú! ¡Lo que oyes es tu miedo!

–¡Por favor! –supliqué–. ¡Ayúdame!

–¡Date la vuelta y enfréntate a tus miedos! –ordenó.

Giré y observé de nuevo la vieja puerta entreabierta. Los pasos eran ya prestos y cercanos. El momento de la verdad estaba frente a mí. ¿Por qué me perseguían? ¿Qué querían de mí? La encrucijada a la que me sometía esa misteriosa mujer iba a llegar a su fin. Me dije a mí mismo que debía conectar con la realidad que se me iba a revelar.

Volví a mirar a la temible y oscura mujer lunar, y ella exclamó:

–¡Ahí tienes a tu enemigo!

–¡Un niño! –grité.

–¡Confía en tus instintos! –proclamó la misteriosa mujer.

El niño, de no más de cinco años, con aspecto colegial, ojos verdes llenos de lágrimas, pelo alborotado y los mofletes rojos de cansancio, me observaba quieto, temeroso, esperando de mí una reacción.

Entonces mi indecisión se convirtió en claridad.

Allí donde era incapaz de ver, la magia de la misteriosa Hécate me dirigió en la dirección correcta: a ese niño que fui, al niño que soy.

El niño intuyó que le había reconocido y corrió hacia a mí con los brazos abiertos, buscando el amor que le había negado, y nos fundimos en uno. Emocionado le besé, le dije que ya no tenía nada que temer, que ahora estaba allí para protegerle, que nada malo le pasaría a partir de ese momento. Ya no huiría de mí mismo, no lucharía; ahora solo quería seguir abrazando mi niño interior. Le pedí perdón, y él me regaló su infantil amor incondicional.

–Has evitado, y huido de tus miedos toda tu vida, de quien realmente eres –dijo compasiva– con la hiperactividad, con el sexo, las evasiones, la autodestrucción, la negación. Tú eres tu propio enemigo, ahora ya lo sabes y debes reconciliarte. Ya te has maltratado bastante.

–¿Cómo podría pagarte lo que has hecho por mí? –ofrecí con la emoción y el llanto.

–Tu actitud es mi pago –concedió misericorde–. Asisto a los hombres que se enfrentan, les ayudo en su camino y les guío en la victoria.

–¡Pero si no he hecho nada! –balbuceé incrédulo.

–Has hecho más de lo que crees. Has llegado hasta aquí y has hecho los sacrificios necesarios. Tienes tu justa recompensa.

Mi niño se fundió en mí, y ahora éramos uno. Le tenía en mi corazón; le sentía gozoso, palpitando feliz, auténtico, libre y protegido. Ya no le dejaría ir; se quedaría conmigo siempre. Ya no tenía miedo.

Hécate se acercó solemne y con brillo en los ojos, como una papisa oculta que revela secretos cuando menos lo esperas, me indicó el camino de vuelta y exclamó:

–¡Ve! ¡Ve hacia la luz! Ahora sí estas preparado.

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