Los amarres sexuales: hoy y siempre

Publicado: 15 septiembre, 2020 en Esoterismo y espiritualidad

Magdalena de la Cruz, ¿santa o endemoniada?

Este post es un pequeño estudio cronológico sobre los orígenes de los «amarres sexuales».

Cualquier persona de mediana edad ya se ha dado cuenta que las relaciones con el otro sexo son complejas y provocan poderosas ataduras, a veces enfermizas.

Este hecho lo tenemos desde los albores de los tiempos y desde diferentes relatos originarios.

Como católicos, conocemos de memoria la creación de Adán y Eva, y su paso por El Paraíso. No obstante, hay muchas otras versiones.

Por ejemplo, en el culto masónico, se da por hecho que Dios (Jehová) creó a Eva antes que a Adán. La primera mujer tuvo relaciones con Samael (espíritu de Lucifer) y tuvo un hijo: Caín. Después, Samael abandonó a Eva y, solo entonces, llegó Adán. De esa unión nació Abel.

El resto de la fábula ya la conocemos.

Hay otra historia alternativa. Cuenta que Lucifer hizo sentirse culpable a Adán por darse al placer sensual con Eva y no cumplir sus deberes con el Creador. Para purgar sus culpas, el gran Tentador lo persuadió para que se sumergiera en el río Geón dejando solo la nariz fuera del agua.

Y, mientras esto ocurría, Luzbel encantaba a Eva.

Otras fuentes, por ejemplo, la talmúdica (enseñanzas judías), cuenta que el responsable de la primera infidelidad fue el hombre. El demonio femenino, Lilith, cautivó con su belleza a Adán mientras estaba en las aguas del Geón.

Y Adán abandonó a Eva para irse con Lilith.

Enoc es un libro apócrifo (libro intertestamentario, entre el Antiguo y Nuevo Testamento) que narra como Samyasa (ángel caído por la pasión a las mujeres y líder de otros doscientos ángeles caídos) mandó su tropa de ángeles lujuriosos que descendieran para unirse con las hijas de los hombres y enseñarles magia, para disgusto de Dios. De estas uniones, hubo una vasta descendencia de origen semidivino (mitad humanos, mitad demonios), que convivieron en aquella época.

Podemos ver que ya desde épocas remotas el sexo ha sido una demanda, a menudo, problemática. Conocidos son los íncubos (el que yace arriba) y los súcubos (abajo), demonios libidinosos, que son perdición de hombres y mujeres en muchas historias.

Estos demonios (íncubos y súcubos) tienen la capacidad de cambiar de sexo y son concubinos de hombres y mujeres, sin que les importe su estado civil. Son vampiros que se nutren de la fuerza sexual, el deseo enfermizo y la libido como forma de absorber la energía humana.

Hay conjeturas de que los íncubos son mecanismos espurios (artificiales) elaborados por el hombre a través del placer solitario (masturbación) y de la repetida visualización de símbolos eróticos, que con el paso del tiempo logran vida autónoma, transformándose en un parásito de su propio creador.

En España, tal vez el caso más conocido sea el de Magdalena de la Cruz (1487-1560), una monja franciscana, considerada santa en el inicio del siglo XVI, muy popular por visiones místicas, pero que cayó en desgracia al confesar que, en verdad, no tenía comunicación directa con Dios. Hay fuentes que aseguran que Magdalena tuvo relaciones con un íncubo desde la adolescencia hasta pasados los cuarenta años. Pero al ser abandonada por su amante, desconsolada, confesó su engaño: que sus visiones místicas se debían a la acción de los demonios y no de la divinidad. Fue condenada por la Inquisición a cadena perpetua en el convento en el que, irónicamente, en la cima de su fama, había llegado a ser nombrada abadesa.

En conclusión, los amarres sexuales no son un tema actual. Más bien son algo atemporal, aunque en épocas pasadas se les diera una narración metafísica, en forma de incontables historias, leyendas y parábolas.

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Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

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