La Estrella de Barnard (Tamaño Aprox. 300000 Km)
Los meteoritos son mensajeros cósmicos. Los científicos descubrieron que el polvo interestelar que portan contiene la información que creó la vida en la Tierra. Un carbono muy parecido a las primitivas moléculas que debieron ser las «semillas» a las que debemos la vida en nuestro planeta y, por qué no, en todo el cosmos.
La Tierra, a pesar de la ciencia, sigue siendo un planeta bastante desconocido. Sabemos que gira en su eje geométrico 360 grados cada 24 horas y viaja por el espacio a unos 30 kilómetros por hora aproximadamente.
Todo esto sucede alrededor del Sol. Sabemos que nos encontramos a 150 millones de km. del astro rey y tardamos 365 días para realizar la órbita completa (año).
Lo curioso es que la Tierra no cesa de transitar por el espacio, ni se ha localizado dos veces en el mismo lugar del universo.
Por tanto, la Tierra es una astronave, y nosotros somos astronautas (o, como lo describí en otro post, sus «cosmonautas»)
Los astros más próximos, si las fuentes no me fallan, son la constelación de Centauro (a más de 4 años/luz) y la Estrella de Barnard (5,9 años/luz).
La galaxia más cercana sería Andrómeda a 2 millones de años luz.
La sensación de estar en un desierto casi infinito es aterradora. O relativa. Es posible que de aquí a unos siglos lo que hoy es muy lejano sea asumible. En los últimos 100 años la tecnología y la ciencia se han desarrollado más que durante el resto de vida humana conocida.
¿Qué sucederá el próximo siglo?
Lo que es evidente es que los meteoritos llenan todo el cosmos y, por lógica, no parece que la vida sea algo exclusivo de nuestro pequeño y perdido planeta.
La Tierra no sólo es nuestra «casa», es un ser vivo. Solo comprender que vivimos «en», y no «sobre», la Tierra debería bastarnos para respetar que lo que somos es porque nuestro planeta es uno con nosotros, junto con toda su complejidad (atmósferas, animales, vegetales…). Ya en el siglo XVI, Paracelso (1493-1541), que además de un médico suizo famoso fue también alquimista y astrólogo, nos explicaba la influencia que tienen los planetas sobre nosotros. Entendía que todo estaba conectado y, por tanto, el azar no existía. Paracelso y Franz Mesmer (1734-1815, médico alemán que utilizó imanes para curar ataques nerviosos) son los pioneros de la ciencia del magnetismo o «magnetismo animal». Según Mesmer, en nuestro cuerpo hay un «fluido» universal que se puede controlar, regular y, finalmente, emplear para sanar (por la imposición de manos y, en especial, a través de la yema de los dedos que es donde más se concentra).
En un pensamiento cosmogónico (teorías que intentan dar respuesta al origen del universo), los meteoritos son los mensajeros de la vida. Y, según otras hipótesis, podríamos señalar a los cometas como «espermatozoides cósmicos», porque fecundizan y llenan las nubes de partículas cósmicas, trasladando el ADN de la vida de un universo a otro.
Desconocemos tanto y hay tanto que aprender todavía que podemos tener una sensación de soledad y vacío, aunque también podemos verlo como reto.
Sin embargo, me quedo con dos hechos, si la ciencia no los refuta en el futuro, bastante clarividentes:
- Todo es interdependiente.
- Nos movemos.
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