Vista de «San Antolín» (Zamudio) con los txirrindus José Mari y Raúl
Parece que vienen tiempos complicados en lo económico. Los precios suben (la luz es más cara que en Reino Unido y Alemania), la cesta de la compra se encarece y la inflación continua su escalada.
Mientras tanto, nuestros amados gobernantes siguen aumentando el gasto público, el funcionariado y, en definitiva, el Estado; esa es su solución milagrosa.
Esto es un disparate. Es como si tuviera un negocio, por ejemplo, de venta de arenques. Y me va mal, no cubro gastos. Entonces, para solucionarlo, concluyo que lo mejor es subir el precio de mi producto. En resumidas cuentas, me pego un tiro el pie.
Cuando estas infalibles medidas gubernamentales fracasen, echarán balones fuera, por supuesto. La responsabilidad será de la pandemia, de la guerra, de la derecha, de los liberales, de Ayuso, de Franco, del patriarcado, del cambio climático, de Los Reyes Católicos o a saber de qué pollas en vinagre se les ocurre.
Para esta gente la culpa siempre es de los demás; cero autocríticas.
Esto me recuerda la conversación que tuve con una joven casada que me dijo que su esposo la presionaba para tener hijos. Creo que la conversación fue, más o menos, así:
–Nadie te pone una pistola en la cabeza. Tienes la libertad de elegir –dije yo.
–Pero la sociedad te presiona, bla bla bla…
–Yo creo que si tu problema es si hay que tener hijos o no, entonces es que no tienes problemas.
–Pues yo pienso que esto merece un profundo debate.
–Es una decisión personal. Tener hijos da y quita, y no tenerlos da y quita también.
-Bueno, bueno. ¡Ya veo cómo piensas!
Después de esta charla me quedé pensado a qué se refería con «profundo debate». Llegué a la conclusión que lo que se desea es tomar decisiones, pero solo para la parte positiva (lo que se gana), sin asumir las consecuencias negativas (la parte que se pierde). Todo muy posmoderno y muy infantil.
Pero, retomando el tema de cómo las ideologías (sean políticas o sociales y colectivistas) tienen siempre su comodín bien preparado para quitarse responsabilidad, podemos hacer una lista:
- Para los comunistas y socialistas, la culpa es del capitalismo, del «fascismo» y de que la derecha (o de cualquiera que no piensa como ellos) no desea el «progreso».
- Para los liberales, la culpa es de los impuestos.
- Para las feministas, la culpa es del patriarcado.
- Para los capitalistas, es la falta de un mercado libre o menos regulado.
- Para los anarquistas, la culpa es del Estado.
- Para los sindicatos, la culpa es siempre del empresariado (da igual que sea Amancio Ortega o el carnicero del barrio que a duras penas mantiene su negocio y a un empleado).
- Para los varones que no se comen un colín, la culpa es de «los de fuera que vienen a quitarnos las mujeres».
- Para los hispanófobos americanos, la culpa es de los españoles que les robaron el oro y violaron a las nativas.
- Para las mujeres que no encuentran marido o pareja, la culpa es de los hombres que solo van a los que van (pero luego siempre eligen al macarrilla y nunca al buenazo que bebe los vientos por ellas).
- Para cualquier posmoderno, la culpa es de la sociedad (así, en abstracto)
- Y etcétera y mucho etcétera.
Y mientras vivimos en el mundo de «los de mi cuerda lo hacen todo bien y los voy a seguir votando aunque note un resquemor grande en el recto», el gobierno en el presente año ha concursado más oferta pública. Funcionarios nuevos que se sumarán a los 2.710.405 que ya existían en 2021.
Si nadie lo remedia (y nadie lo hará, me temo) el funcionariado se va colocar a la par del número de autónomos en España muy pronto (según los datos, algo más de tres millones).
No soy economista, pero sé sumar dos más dos y sé que lo público depende de lo privado. Y este es un país que (sobre)vive gracias a la pequeña y mediana empresa. Si para mantener este elefantino estado, hay que continuar subiendo más la cuota de los autónomos y dejar que la luz y la gasolina sigan en su escalada (no olvidemos que más de la mitad de ambas facturas son impuestos), solo se va a lograr que numerosos emprendedores bajen la persiana.
Sigamos ahogando la gallina de los huevos de oro hasta que reviente. Disfrutaremos de las consecuencias.
Pero bueno, no pasa nada. Dirán que la culpa es de: (rellene aquí su objeto de odio favorito para echarle la culpa).
Hoy toca pedalear hasta las antenas de Ganguren. Entremedias, acompañado por los txirrindularis Raúl y José Mari, y después de unos repechos que superan el 20%, nos encontramos en un pinar con la ermita de «San Antolín» (siglo XVI, Zamudio). Este pequeño santuario también es conocido popularmente como Sandoni.
Las primeras fuentes oficiales nos hablan de que el cantero Martín Aurrekoetxea ya realizaba obras en esta ermita en 1686 y construyendo un campanario, hoy perdido. No obstante, fue actualizada en los años 1973 y 1980. Si nos animamos a visitar este lugar en sus fiestas patronales, en el interior podremos encontrar las imágenes de San Antolín y la Virgen Dolorosa.
Aquí, tradicionalmente, cada 2 y 3 de septiembre se honra a este santo con una misa en la ermita, romerías, deporte rural, euskal kantak y txitxiburduntzi (hoguera en la que se asa carne, generalmente chorizo, chistorra y vegetales u hortalizas ensartados en un palo).
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