Ermita de «San Cristóbal» en Erandio (Vizcaya)
A este señor, cesado provisionalmente por la FIFA, lo empecé a conocer cuando —según escribían las crónicas de entonces— las 15 mejores jugadoras de la selección femenina pidieron la cabeza de su entrenador, Ángel Vilda, bajo un chantaje excusado en un «no está a la altura». Lo más fácil hubiera sido ceder a la coacción. Pero oiga, no. Luis Rubiales lo mantuvo en su puesto y se pasó por los “mismísimos” las añagazas de unas caprichosas futbolistas endiosadas, y también sobrevaloradas, gracias a un feminismo que lo pudre todo.
Sí, sobrevaloradas. Porque el delirio colectivo llega a un nivel en el que relato de la equidad en el salario de los y las profesionales del fútbol se ha normalizado a base del porque sí, porque son mujeres, porque se lo merecen, y cuchufletas varias. Pues no, chicas, comparando con el fútbol masculino lo vuestro es una castaña pilonga. Vosotras os merecéis, sin dudarlo, lo que os ganéis. Pero, hasta que no generéis el mismo capital que los varones, podéis soltar todas las fanfarronadas que os plazcan. No obstante, que exista gente que compre el cuento ideológico de la «igualdad» muestra el grado intelectual que ronda por el país.
Después del fiasco del último (y masculino) mundial con el técnico del equipo, Luis Enrique —a mi modo de ver, también sobrevalorado—, Rubiales apostó por un “hombre de la casa”, aunque sin el currículum atractivo de otros, y colocó a Luis de la Fuente como seleccionador absoluto. Defendió al riojano hasta que los resultados empezaron a aflorar y la prensa deportiva —cada vez más politizada, amarillista y rastrera— fue mermando sus ataques al que fue, en su día, jugador profesional del «Sevilla» y del «Athletic».
En resumidas cuentas, Luis Rubiales parecía, desde la distancia, el hombre leal a las personas de su confianza, alguien que no se arrugaba. Hoy, ambos técnicos —Ángel Vilda y Luis de la Fuente— son los máximos responsables del fútbol (masculino y femenino) y, a pesar de que le deben su posición, le han dado la espalda. Le han dejado, como se decía en mi juventud, p’al arrastre. La falta de lealtad y la visión de cómo te apuñalan aquellos amigos por los que diste la cara es de seguro lo más duro de esta situación.
Porque, confieso, de la besada —Jennifer Hermoso creo que se llama— sí que me esperaba la traición. Cuando esto pasó, por parte de las declaraciones de la interesada, de «un acto espontáneo al que no hay que dar más importancia» a «una agresión sexual», ¿dudaba alguien de este giro de guión? Se leyó que, tanto Luis Rubiales como el propio Ángel Vilda, presionaron a la jugadora para que «por favor» hiciera un comunicado oficial, y conjunto, de que el beso «fue una anécdota y lo importante era ser campeonas del mundo». La cosa tiene guasa, ya que no niego que se rogara el auxilio; sino porque las verdaderas presiones iban a venir de la política, la colectividad feminista y toda esa patulea de arribistas que anhelaban la venganza por el fallido motín que he comentado en el primer párrafo de este post.
Ignoro si Luis Rubiales es el corrupto que dicen. Si es cierto, que se pongan las pruebas sobre la mesa y sea cesado. Pero si se le destituye por «un beso» [«un pico»], socialmente puede ser “la bomba”. Solo con pensar en las posibles consecuencias me tiembla hasta el píloro, y el médico me recomienda que «nada de emociones fuertes». Además, que entre las personas que se han subido al carro de este linchamiento se encuentre Irene Montero, responsable de que más de un centenar de verdaderos agresores sexuales campen a sus anchas en la calle, me deja el cerebro más roto que estar escuchando reggaeton más de una hora.
Podría haber titulado este post: «Por qué cuando estás “en la mierda” todo el mundo te niega». Lo siento, Luis, estás muerto. Te tenían ganas y quieren sangre. Estaban esperando el momento de soltarte una perdigonada que te dejara más agujeros que una esponja y dicho momento ha llegado. Pero, has aprendido la lección más importante de la vida: estamos solos. Porque, en general, las personas —y más en estos tiempos de «dictadura woke»— somos cobardes: nos bajamos los pantalones a la mínima y nada más que miramos nuestro plato de lentejas.
Salud y pedales.
Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/
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