Ermita de «San Antolín» (siglo XVI, Zamudio – Vizcaya)
Lo habitual es que cuando una empresa presenta unos resultados económicos nefastos se cambie de gerifaltes. Si aún con esas la compañía no levanta el vuelo, lo normal es que termine echando la persiana. Hasta aquí todo correcto: si uno invierte y se queda sin blanca… ¡a otra cosa, mariposa!
Sin embargo, esta lógica aplastante no se aplica en el ámbito público, y el caso más flagrante lo encontramos en el Ministerio de Igualdad. Sus políticas son caras y los resultados son cada año peores. Y, en vez de destituir la dirección y/o desmantelar el ministerio, la solución pasa por incrementar el presupuesto. Es más, la ironía reside en que cuantos más escándalos y agresiones «machistas» existan, mejor se nutre el relato de que tienen que pillar más cacho de los PGE (Presupuestos Generales del Estado).
El mundo al revés.
En este caso es fácil, porque no se trata de una empresa privada y no es suyo el capital —es el nuestro—; y con el dinero de los demás es muy sencillo ir por la vida de «revolucionaria antisistema» que lucha contra la opresión a la mujer y defiende que hay que acabar con el «patriarcado». Lo peor de todo viene cuando la gente se cree este discurso naif de pies juntillas.
Intento no pensar mucho en esto, porque me provoca tanto bajón que —para subsanarlo— me tendrían que dar antidepresivos a chorro. El problema de España no es la crisis económica. ¡No! El problema de este país es la crisis social —y moral—. Y esta es la raíz de todos los demás.
No se quiere acabar con el «machismo» porque la base ideológica es equivocada. «Toda violencia contra la mujer es machismo». No hay posibilidad de otros móviles: alcoholismo, problemas mentales y un largo etcétera. Por tanto, con un mantra tan simplista (y falso) no se puede esperar nada bueno. A cualquiera con dos dedos de frente se le aplana el cerebro. Enoja tanto insulto a la inteligencia.
Mi teoría es que lo saben y, obviamente, no van a solucionar aquello que les da de comer. Es decir, subyace el deseo de que el problema se perpetúe para continuar viviendo del relato; las mujeres no importan nada en absoluto. Porque vivir de la ideología es la finalidad única del «progre medio», aunque —para ello— haya que destrozar las vidas de terceros.
Se acucian campañas de señalamiento contra personas inocentes. La lista es larga. Recordemos un par de ellas. Una: Irene Montero está condenada por llamar “maltratador” a ex de María Sevilla. (Sí, esa que secuestró a su hijo de cinco años). Dos: se buscó criminalizar a unos adolescentes de un colegio mayor en Madrid. (Sí, aquellos que cantaban vulgaridades a las chicas del colegio de enfrente, las cuales —¡oh sorpresa!— no se sintieron ofendidas).
En definitiva, todo son estrategias y bombas de humo —«machismo» everywhere— para, primero, autoproclamarse “guardianes de la moralidad” y, segundo —más esencial aún— enmascarar su ineptitud.
La nueva maniobra de distracción de hoy se centra en unos estudiantes universitarios de La Rioja que chateaban —en una conversación privada por WhatsApp— de lo “follables” que están unas y otras. Perdonen la vulgaridad, pero es que el puritanismo —y totalitarismo— de esta izquierda posmoderna me obliga a escribir así.
Lo grave no está en un grupo de jóvenes más salidos que los protagonistas de «American Pie» (1999). No, joder, no. ¡Dejen a los chavales en paz! Todos hemos tenido dieciocho castañas y el cerebro lleno de tetas y culos, con un poquito de hueco para aprobar —o ni eso— las asignaturas y así no decepcionar mucho a los “viejos”. Lo escandaloso AQUÍ es que se filtre una conversación privada y se intente arruinar la existencia de más gente, en este caso la de unos jóvenes que aún no saben ni de qué va la vida. Este señalamiento inquisitorio —que, encima, nos cuesta una burrada de dinero (de nuestros impuestos)— tiene que acabar y poner de patitas en la calle a sus responsables. Y hay que hacerlo, porque cualquier día le puede ocurrir a cualquiera de nuestro círculo.
En resumidas cuentas, el Ministerio de Igualdad no es solo una inutilidad llena de parásitos y «Txaros» hiperventiladas con el único objetivo de agarrarse más que un enchufado sindical a su cargo, sino que, además, es una máquina para intervenir en la privacidad y destruir la vida de terceros —cercenando la libertad de expresión— y, lo más peligroso, su política es el señalamiento.
Cuidado con este tipo de gente (gentuza) que tiene el cerebro lleno de “burrería” y, también, de maldad.
¡Salud y pedales!
*Si deseas saber más de esta posmodernidad totalitaria (y censora) y crees en la información como herramienta creadora de mentes con criterio, te invito a leer mi ensayo: ««Jesús. El hombre moderno. 10 «leyes» para sobrevivir a tiempos posmodernos»».
Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/
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