REFLEXIONES «TXIRRINDULARIS» XCIII. RECORDANDO A PITUSO, MI PRIMER GATO, Y POR QUÉ EL CUERPO ES MÁS INTELIGENTE —Y PRAGMÁTICO— QUE NOSOTROS MISMOS

Publicado: 9 octubre, 2023 en Artículos Opinión, CICLISMO, Retazos

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Crepúsculo en el «tubo» del Bolintxu (Bilbao)

Sufro de alergia desde mi enclenque mocedad. Es una molestia que no se cura, pero, a lo largo de los años —con la longevidad— va perdiendo intensidad. Los ataques alérgicos durante mi pubertad eran tales que, en ocasiones, las pasaba canutas.

Muy canutas.

Para mi desgracia, también los gatos me causaban esa reacción de mocos, estornudos y lagrimeo constante.

Sin embargo, en dicha edad adolescente, a mis viejos les entraron unas ganas locas de adoptar un gato —siamés, para ser más exactos—, sin interesarles lo más mínimo mi incomodidad.

Así que el asunto trajo cola desde el principio.

Por tanto, llegó a mi casa una cría macho de siamés que se escondía por los rincones del piso, asustado, y reacio a ser tocado por nadie de la familia. Yo, enfadado y con un humor de perros porque mis progenitores pusieran sus caprichos «mascotistas» por encima de mi salud, pasaba del gatito.

Creo que así pasaron un par de días, con el siamés escondido; hasta que, al tercero, sucedió algo en mi cuarto.

Os cuento: una de las cosas que me gustaba hacer en mi habitación era leer, generalmente tebeos, tirado en la cama. Daba igual a qué hora fuera. Cualquier momento era bueno para pasarlo en soledad con las historietas. Supongo que ya estaba forjando mi carácter taciturno y solitario. Aquel día sentí como el gatín —de nombre Pituso— se puso a mi vera, con sigilo, y, a la altura de mi cintura, se quedó tranquilo y relajado. No intenté acariciarle ni tocarle. Seguí con mi lectura. Entonces lo comprendí: él me había elegido. Y cuando un gato te elige es para siempre.

Esto provocó, obviamente, celos en mis padres y trajo algunas consecuencias.

Además, aprendí que, cuando uno lee —o escribe—, se crea una energía que «enamora» a los gatos, que se arriman como hipnotizados a deleitarse en plenitud.

Lo peor fue que los ataques virulentos de alergia continuaban. Aquello era un no parar. Recuerdo que iba —por aquel entonces— a entrenar con mi equipo de txirrindularis cadetes; y me las pasaba estornudando, llorando y con la nariz igual que un pimiento morrón. Un compañero de pedales —que, curiosamente, acabo siendo veterinario— me soltó enérgico:

          —¡Joder, Richard! ¡Tira ese gato a la basura!

¡Ya! Como si tuviera algún poder de decisión en mi familia (tampoco ahora lo tengo). O como si, una vez elegido —por el entonces «mi pequeño siamés»—, lo fuera a botar de una patada.

Mientras tanto, mis padres se desapegaron cada vez más del gato, al observar que el animal pasaba hasta de sus sombras. Y yo me convertí en todo su mundo. Pituso me despertaba para ir al instituto, me hacía compañía en las tardes de lectura y me exigía la máxima atención que pudiera prestarle, para su solaz y esparcimiento.

Lo más fundamental de la historia es que, de repente, un buen día la alergia desapareció. Aunque solo para Pituso y, por ende, para cualquier gato.

El cuerpo —ahí lo advertí— es inteligente y pragmático. Algún mecanismo dentro de mí forjó la solución del desaguisado, al menos en la compañía de los adorables felinos.

Pituso se hizo mayor y, ya de viejito, era diabético. Todos los días debía inyectarle insulina. Cuando compré mi primer piso, no me llevé al gato. Creo que ni lo pensé; pedí a mis padres que se ocuparan y reconozco —ahora lo veo— que fue un error, ya que al poco mi madre me llamó por teléfono:

          —Este gato no se mueve, —me dijo— creo que está muerto. Sí, —confirmó a los pocos segundos— está muerto.

Este tipo de lecciones uno las aprende, a veces, por las malas y, a menudo, con dolor.

El animal que convive con nosotros —y nos «adopta»— hay que estar con él hasta el final. El gato se hace mayor, enferma, está asustado; y lo mínimo que podemos hacer es quedarnos a su lado hasta que exhale su último aliento.

Hay que saber despedirse.

Adiós, Pituso. Gracias por elegirme —eras lo que necesitaba— y, si nos volvemos a ver, espero que me hayas perdonado.

Siempre tuyo, Richard.

Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

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comentarios
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