En el interior de la ermita de «San Bartolomé», barrio de Geldo (Zamudio), observamos al santo con Txarrena
Los films sobre periodismo de investigación (periodistas en acción) siempre me han fascinado. Reporteros que buscan la verdad en aquellos casos de corrupción, u otros de asesinatos, que la policía no resuelve. Clásicos como «Todos los hombres del presidente» (1976, Alan J. Pakula), «Zodiac» (2007, David Fincher) o «El dilema» (1999, Michael Mann), entre muchos otros, quedan en la retina y la memoria de muchos cinéfilos que aman el séptimo arte.
Hoy quiero recomendar: «Advertencia razonable» (Michael Connelly).
Estamos viviendo un tiempo de mucha novela negra. Y me da la sensación que se busca en demasía lo truculento. Excesivos personajes oscuros, no solo el del asesino, sino el del propio protagonista que lo persigue que, generalmente, arrastra un pasado que lo traumatiza. Es todo, a veces, muy forzado, como buscar lo morboso de forma enfermiza, como intentar dar otra vuelta de tuerca continuamente, creando asesinos más sanguinarios, con maneras de dar matarile cada vez más siniestras y originales.
Pues esta novela que os traigo tiene la originalidad de parecerle a uno que está viendo una película en blanco y negro, pero en la actualidad. Michael Connelly, famoso por ser el autor de la serie Bosch (que también tiene una exitosa adaptación para televisión), nos narra aquí las vicisitudes de un periodista veterano (Jack McEvoy) que ha conocido tiempos mejores.
De Jack McEvoy se podría decir que es un tipo normal. No tiene un pasado tormentoso ni está repleto de traumas (cliché hipermasticado, como señalaba, en las novelas negras contemporáneas). Tampoco es un tipo brillante ni un Sherlock de la rehostia. Es un hombre bastante llano y gris, con sus humanas limitaciones; es decir, con sus angustias, desánimos y fatigas, con el que nos podemos sentir, más o menos, identificados. Su perseverancia, más que otra cosa, y el trabajo duro son la base de su, no siempre, éxito.
Vamos, que no es el típico tío duro al que se le hincha el pecho lobo y va a decirle «cuatro palabritas» a algún zoquete o, en alguna escena, se da la vuelta y suelta un «te acordarás de esto» a modo de despedida. Ese tipo de actuaciones es tan arquetípico que puede causar gracia, o hasta dar vergüenza ajena.
Por supuesto, esta novela también tiene un asesino en serie, cómo no. Nuestro héroe se enfrenta a un enemigo que caza mujeres usando información robada de empresas que hacen test de ADN. Así juega con ventaja (no hago spoiler del por qué) y ellas piensan que su encuentro (romántico) es fortuito y espontáneo. Curiosamente, Jack tuvo una aventura de una noche con una de las chicas asesinadas. Eso lo involucra como sospechoso al principio, pero enseguida ve en esa historia algo que lo apasiona: el periodismo de investigación. Y lo atrayente es esto: el autor no detalla mucho las andanzas del asesino (sí las suficientes, pero no le da un trato tremebundo ni hay efectismo barato), sino más bien se centra en el desarrollo de la investigación, su trama detectivesca, sus vericuetos periodísticos, y, lo más sugestivo para mí, en cómo hay que devanarse los sesos para echar el guante a un ser de lo más abyecto.
Pero Jack debe enfrentarse no sólo a un despiadado psicópata (que se hace llamar «El Alcaudón» por su forma de asesinar), sino también a las dificultades con su jefe y a los tira y afloja con la compañera que se le asigna (algo así como un thriller de oficina). A esto hay que sumar una exnovia (esta sí bastante talentosa) de la que necesita ayuda y con la que intenta volver a retomar una relación sentimental. En definitiva, esto es un haber de la historia: la descripción de Jack como un tío corriente y moliente.
Si tuviera que poner algún debe a la novela, diría que un par de muertes dejan a sus víctimas (cuando el asesino se sabe perseguido) con el cerebro de un burro (por decirlo cristiano: parece que se dejan matar y más tontos no pueden quedar). El final puede ser un poco, digamos, comercial y cinéfilo, pero de todas formas creo que satisfactorio. ¡Ah!, y el título de la obra, «Advertencia razonable» (en original, Fair Warning), es muy poco seductor.
En el haber, pondría en lo más alto la portentosa pluma del autor. No se recrea en lo grotesco, no gamberrea con la sangre, y su sello y su tono es un guiño al «menos es más». Creo que se le nota muy acreedor a las novelas policíacas clásicas de antaño. Por eso señalé al principio del post que, mientras iba pasando sus páginas, me daba la sensación de ver un film de los años cincuenta; en resumidas cuentas, moderación y seriedad que me provocaron una «tensa calma» y me exigieron atención. Para los que les gusta la narrativa ágil, pero sobria y rara vez farragosa, este libro cumple con las expectativas.
Leeré más de Michael Connelly (1956, Philadelphia), se lo ha ganado.
Salud y pedales.
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