Ayer, 15 de abril, fue la «V feria del libro de Santutxu». La anterior edición fue antes de la pandemia, por tanto, ha llovido. Sin embargo, he trabajado como un enano y he continuado sacando títulos, y este renovado evento literario me ha dado la oportunidad de presentar los libros más recientes a los curiosos que se acercaron a mi estand.

Estuve bien acompañado por varios autores del barrio, aunque se echó de menos a algunos que acudieron en otras ocasiones. No obstante, ¡albricias en compota!, Alberto Valverde (coautor con Sonia Córdoba de «Hijos de Alcant») vino a hacerme una visita. Y luego, con regocijo y chirigota, bebimos un poquito de «zumo de uva» para animar el cotarro.

Otra diferencia con años pasados fue que muchos lectores, al buscar libros más recientes, me dieron sus impresiones de otros que ya leyeron. Creo ya haber comentado esto en mi blog, pero cuando alguien me habla de un libro mío ocurre un momento mágico, y es que la persona suele hablar de sí misma de una forma muy intimista. Lo aprecio especialmente porque aprendo mucho ante esa desnudez emocional (no sé si llamarla inconsciente) cuando alguien critica (y da lo mismo sea para bien, mal o regular) una novela o ensayo mío.

Y quiero aprovechar para hacer algo parecido, que explique mejor lo que quiero decir. Esta semana ha fallecido el autor madrileño Fernando Sánchez Dragó (1936-2023). Cuando era adolescente, le pedí a mi madre una novela suya: «La prueba del laberinto» (1992). Al ser premio Planeta de aquel año, pensé que iba a leer algo cojonudo, y el resultado no pudo ser más amargo. Me pareció insulsa, aburrida, narcisista y un pelín misógina.

Ahora me callo porque yo también he escrito novelas así, en primera persona y, además, con regodeo. Pienso que, ¡caray!, debería darle una relectura, porque no olvidemos que los libros no cambian, cambiamos nosotros.

El caso es que, a mis dieciséis o diecisiete años (no recuerdo bien), me quedó un resultado tan agrio después de aquel primer contacto con el escritor del barrio de Salamanca (Madrid) que no volví a leer nada de él.

Asimismo, en sus programas de televisión me parecía igual que en su personaje literario. A veces, escuchaba un trozo de algunas de sus entrevistas y, con espasmo y tormento, veía que las aprovechaba, en demasiadas ocasiones, para hablar de sus ideas más que para conocer al invitado. Vamos, que no lo soportaba.

Esto no me ocurría con su amigo, también recientemente fallecido, Antonio Escohotado (1941-2021), cuyas conferencias me resultaban mucho más amables de atender y seguir.

Con el transcurso de los años, empecé a quitarme prejuicios con el bueno de Fernando y a apreciarlo un poco más. Más allá del personaje controvertido (que, como él mismo reconocía, había que diferenciar de su persona), había un intelectual de lo más interesante.

En resumidas cuentas, si como espectador observo a Sánchez Dragó actor, me queda el regusto final de una persona que vivió como quiso, libre incluso en tiempos de la dictadura, alguien que fue antifranquista cuando serlo tenía un sentido (es decir, cuando vivía Franco), y que aquello tuviera consecuencias como la cárcel (diecisiete meses) y el exilio (siete años) solo puede tener mi respeto. Y no se acomodó, en estos tiempos se había erigido contra esa dictadura tan sofisticada, refinada y sutil (que en este blog hemos llamado posmoderna o woke). Su voz era muy crítica. Escribió contra la «tiranía progre», la globalización, la Agenda 2030 y, en definitiva, contra lo que él denominaba «progrefascismo» y que, tal vez, quién sabe, sea más destructora que aquella con la que tuvo que lidiar en sus años mozos. Habría que habérselo preguntado ya que él vivió las dos.

Y sé que hablar de este señor es crispar a muchas voces que lo tachan de pederasta. Aburrido de estas acusaciones, sin que nadie pusiera la fuente ni un enlace a alguna evidencia que lo demuestre, me dediqué a buscar la raíz de aquella polémica. Y encontré que se basa en el párrafo de un libro suyo con Albert Boadella titulado «Dios los cría…» (2010). Además, encontré declaraciones del autor, jurando por su honor que jamás había estado con una menor, que aquello era ficción y que, por favor, se leyeran el libro y luego opinaran. Después de terminar mis pesquisas, comprendí que, en España, demasiada gente repite acríticamente un relato (un bulo interesado) y no se molesta en buscar la verdad. Porque, supongo, es mucho más cómodo repetir como robots lo que nos cuentan que indagar, investigar la veracidad de los hechos y tener criterio propio.

En cuanto a su vida amorosa, amantes y mujeres en general de las que tanto disfrutaba escribir (y alardear), me parece más una nota curiosa del personaje que se creó que significativa en sí misma. Sobre problemas de mujeres ya escribió Bukowski de una manera mucho más sugestiva e, incluso, desternillante. Lo siento, Fernando, tu trato con el sexo bello siempre me aburrió y nunca me ha seducido (aunque esta opinión, por qué no, también puede mutar), pero te doy las gracias por darme la lección (alguien como tú, que no deja indiferente) de que, en la mayoría de las ocasiones, mis prejuicios son proyecciones; porque, mira, Fernando, y que en paz descanses, confieso que, durante años, me has parecido un energúmeno, un batracio y un percebe de tomo y lomo, pero he decidido que voy a pedir a mi madre que, por favor, mire si en el trastero se encuentra, en alguna polvorienta caja arrinconada, «La prueba del laberinto».

Sí, he resuelto volver a abrir sus páginas.

Para finalizar, os dejo algunas de las instantáneas de ayer: la «V feria del libro de Santutxu». Gracias a los que vinisteis y, por supuesto, gracias a todos los que estáis lejos, que no pudisteis acudir, pero seguís mi blog.

Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

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