REFLEXIONES «TXIRRINDULARIS» LXVII. POR QUÉ CUANDO NO SABES QUÉ ELEGIR ES EL MOMENTO DE LOS CLÁSICOS; RESEÑA DE «CARTERO» DE BUKOWSKI (ERMITA DE «SAN LORENZO» DE BERMEJILLO EN GUEÑES, VIZCAYA)

Publicado: 19 marzo, 2023 en Artículos Opinión, CICLISMO, Las Reseñas Sexpirituales
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Ermita «San Lorenzo» de Bermejillo (Gueñes, Vizcaya).

Siempre me sucede.

Con la música, el cine y la lectura, cuando no veo oferta apetecible en el momento presente, queda el pasado: los clásicos.

Y, ¡sapristi!, en esta ocasión, volví al zafio y ordinario del bueno de Charles Bukowski. La obra elegida es su primera novela: «Cartero» (Post Office, 1971).

Este escritor, nacido en Alemania (Andermach, 1920), publica sus obras de forma autobiográfica (usando el alter ego de Henry, Hank, Chinaski) y es uno de los referentes culturales del siglo XX por derecho propio. Es un intelectual marginal, sucio, un perdedor con dignidad, un Buda borracho que acepta la vida como una broma macabra y al que solo le quedan sus tres escapatorias favoritas: beber, follar y apostar al caballo ganador en el hipódromo (el triunvirato en el que orbitan todas las obras suyas que he leído).

«Cartero» narra la historia de la docena de años que pasa como empleado en una oficina de Correos de Los Ángeles. Un trabajo que detesta, monótono y de desgaste físico feroz. El dinero que gana es para apuestas y alcohol (preferiblemente, cerveza).

Es un libro divertido y triste, pero no se aprecia compasión. Hay algo de decencia en Chinaski.  Y es que, en el lector, no busca la pena ni la piedad; en cierto modo, a su manera, es feliz.

Y, claro, conversar sobre Bukowski es hablar, indefectiblemente y sin monsergas, de su relación el sexo bello. Las mujeres entran y salen de su vida con una facilidad pasmosa, como algo inevitable. Ellas lo dejan. Una incluso tiene una hija con él. Y nuestro borracho favorito, esas vicisitudes se las toma con filosofía; es decir, pidiendo otra birra. Hoy en día, con esa actitud estoica asombrosa, podría promover cursos de masculinidad, sin duda ninguna.

Aviso que, en la actualidad posmoderna, no es una lectura para todos los públicos. No haré spoiler, pero voy a dejar tres perlitas, tres ejemplos de lo que digo, en las andanzas del cartero pendenciero, porque decir que hoy en día sería censurado es quedarse MUY corto.

La primera a destacar se encuentra al comienzo de la novela, cuando va a entregar una carta y una señora, no muy en sus cabales, se niega a firmar el recibí. Chinaski insiste, y ella chilla que la quiere violar. La única forma que se le ocurre de solventar esa solución surrealista es penetrándola, eyacular rápido y largarse como si nada hubiera pasado. ¿Es eso una «violación»? Le he dado más vueltas a esa escena que una peonza y no lo tengo nada claro (me inclino por el «no» y no doy las razones para evitar irme de la lengua demasiado). Es, sencillamente, ambiguo (un tanto a la pericia del autor) por el esperpéntico contexto: léalo usted mismo y saque sus conclusiones.

La segunda es cuando su novia se queja de que ella lo mantiene y tiene una conversación de lo más hilarante que voy a reproducir:

—¡Hank, ya no puedo soportarlo!

—¿El qué no puedes soportar, nena?

—La situación

— ¿Qué situación, nena?

—El que yo trabaje y tú hagas el holgazán. Todos los vecinos piensan que yo te mantengo.

—Coño, antes yo trabajaba y tú holgazaneabas.

—Es diferente. Tú eres un hombre, yo una mujer.

—Oh, no sabía eso. Creía que las perras como tú andabais siempre pidiendo a gritos la igualdad de derechos.

No continúo, pero la conversación no tiene desperdicio. Ya en 1971 Bukowki era un visionario que comprendía manifiestamente la ruin doble moral feminista.

Y la tercera es cuando se «enamora» de la enfermera del servicio de Correos, solo porque se vuelve loco con el roce de sus tetas, al atenderlo de unas quemaduras en las manos. Creo que es el único momento «romántico» de la novela. Aquí, también, porque no me puedo aguantar de las carcajadas que me eché, voy a transcribirlo:

—¿Qué le pasa, Henry? Parece nervioso.

—Bueno… ya sabes lo que es, Martha.

—Mi nombre no es Martha. Es Helen.

—Casémonos, Helen.

—¿Qué?

—Quiero decir, ¿cuánto tardaré en poder usar las manos de nuevo?

—Las puede usar ahora, si se siente con ganas.

—¿Qué?

—En el trabajo, quiero decir.

La flagrante simplicidad de los hombres, que con unas bonitas lolas ya nos «enamoramos», en contraposición a la complejidad de las mujeres.

De este tipo de diálogos, y he aquí el fuerte de la novela, está repleto.

No hay una trama significativa, solo Chinaski (o Bukowski), en estado puro. Su desapego a todo es cautivador, pero su corazoncito (aunque le pese, lo tiene) sale en curiosas ocasiones; generalmente, en dificultades de compañeros de trabajo (describe una sórdida oficina de Correos que devora poco a poco a los empleados hasta convertirlos en zombis) a los que compadece, en oposición a lo que sucede con las damas, por las que, excepto en ese episodio sensiblero con la sanitaria, no percibí demasiada ternura en más de 200 páginas.

En definitiva, «Cartero» es una buena novela (excepto, quizás, para algún merluzo posmoderno que, sin titubeo alguno, crearía una cruzada para censurarlo). Pero, mofas aparte, también debo decir que «Mujeres» (1979) es mucho mejor. Aquí narra sus experiencias de cincuentón y escritor ya consagrado que sufre el acoso de mujeres, habitualmente hippies, que van a su residencia desde cualquier confín de los EE. UU. (y, claro, se pone morado a jovencitas).

Y tras esta reseña, me tomaré un zumo de lúpulo (o varios hasta no ver ni jota) a su salud y a la gloria de los clásicos que, en tiempo de dudas, nunca fallan.

Un escritor tan peculiar como Charles Bukowski merece un pedaleo hasta una ermita bien elegante (con torre campanario incluida) como es «San Lorenzo» de Bermejillo (Gueñes, Vizcaya).

Se encuentra en la ladera sur del monte Larrea y el entorno es hermosísimo, muy bello, pero aviso que es un buen sofocón (unos tres kilómetros de desnivel agudo) por los barrios y caseríos de Ametzaga y Saratxaga, pasando por el intrigante «Palacio de los fantasmas».

Su fiesta es el 10 de agosto, y una de las curiosidades de la construcción es el ventanuco de piedra, de lo más singular (ver foto), que es de origen prerrománico y, según las fuentes, derivación del arte asturiano y mozárabe (si deseas más información, te invito a echar un vistazo a una reseña excelente del lugar pinchando aquí).

Salud y pedales.

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Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

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comentarios
  1. […] cogí las manos y las coloqué en mi nuca. Necesitaba su masculinidad: sentir sus manos en mi pelo, agarrándome, marcándome el ritmo, ¡sentirme dominada! Aunque, […]

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