REFLEXIONES «TXIRRINDULARIS» CIV. POR QUÉ LOS SINDICATOS SON EL JUDAS DE LOS OBREROS

Publicado: 4 enero, 2024 en Artículos Opinión, CICLISMO
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Barrio de Fano (Erandio, Vizcaya). Al fondo de la imagen se vislumbra la ermita de «San Bernabé» (siglo XVI)

Por Año Nuevo solemos hacer algún tipo de redención sobre nuestras conductas tóxicas, y no soy una excepción. Así que, como mamelucos (tal vez por haber empinado el codo en Nochevieja como si no hubiera un mañana), nos hacemos autopromesas varias.

Sin embargo, creo que esas buenas pretensiones no se comienzan el día 1, sino después de Reyes. Es como si 2024 diera su pistoletazo de salida tras los regalos de los magos de Oriente y el pertinente roscón, porque ahí se acaba la Navidad y empezamos con lo ordinario. Y es que es en lo ordinario donde uno se juega las alubias.

Lo típico que nos cacareamos que vamos a mejorar suele ser que vamos a cuidar la salud (en especial, la dieta) o a practicar más deporte, esas zarandajas que nos proponemos y que —seamos sinceros— duran menos que la palabra de Pedro Sánchez.

Me he dado cuenta de que mi mayor ambición comienza a ser sólo una: ambicionar menos.

Antes, por ejemplo, me ponía el reto de escribir algún post cada semana. Sin embargo, creo que eso me hace más mal que bien. La política y sus desmanes me aburren sobremanera. Es tanto el hartazgo que me causan que prefiero garabatear ideas para nuevas novelas y leer cosas que me interesen.

Entiendo que hay una guerra —un pulso más bien— cultural a la tiranía woke. Y que es (casi) una obligación luchar contra esta posmodernidad tóxica y cancerosa. Pero llega un instante en el que uno comprende que no estamos aquí para salvar a nadie, y menos cuando no somos siquiera capaces de salvarnos a nosotros mismos.

Por otra parte, soy consciente de que he entrado en el crepúsculo de mi vida y pienso cada vez más en que cada uno aguante su vela. Así que, disculpadme si no hay posts nuevos en algunas ocasiones; se debe a que no tengo energía para ellos.

España es hoy un país enfermo; repleto de rebaños convencidos de que la realidad es aquello que tienen en sus bien adiestradas cabezas. Por eso, la economía mengua y se cercenan libertades. Todo gracias a una ignorancia colectiva cada vez más delirante y a una idiocia social bien subvencionada.

Pero dejemos esos temas que hoy deseo escribir sobre los sindicatos y su —desde hace ya bastante, debo decir— felonía consumada a la clase obrera.

Os cuento que llevo afiliado a la CGT creo que dos décadas e, incluso, fui agente sindical durante casi un año. En las reuniones con la empresa, me di cuenta de que, en demasiadas ocasiones, el trabajador tiene al enemigo más en el propio sindicato que en la empresa. Sí, lo han leído bien, porque la ideología está por sobre el interés del trabajador.

Por eso tuve que dejarlo, porque pensaba que me iba a salir una úlcera. Tengo el colon irritable y sufro con ciertas comidas, pero también con las personas miserables. ¿Por qué digo esto? A lo mejor me estoy pasando de frenada. Pues, miren, ¡no! Los sindicatos están formados por políticos fracasados. Y, como han fracasado en sus ambiciones políticas, el premio de consuelo es ser liberado sindical para rascarse las pelotas a dos manos.

Así en crudo os lo cuento: un liberado de UGT es un fracasado del PSOE; el de CC.OO., de Podemos o cualquiera de sus muchas marcas blancas; el de LAB, de Bildu; y el de ELA, un fracasado del PNV. Y, en consecuencia, cada sindicato mira de reojo a ver quién gobierna, y si en el poder están los suyos, ya no son tan contestatarios.

Supongo que si sigo de afiliado es porque, de manera individual y egoísta, podría necesitarlos en algún momento. Pero, en verdad, el 99% de sus movimientos sociales se ven motivados, como los otros ya nombrados, por una ideología posmoderna que se han comido sin rechistar y a pies juntillas, y no por la búsqueda de la mejora de los trabajadores.

Y del feminismo sindical mejor ni os comento, aunque os lo podéis imaginar. La última vez que quedé con un par de compañeros de la CGT, se lamentaban profundamente de la discordia que la sección feminista causaba en el resto de la organización.

—Si metéis una serpiente de cascabel en casa, ¿acaso no pensáis que el algún momento os puede morder? —fue toda mi réplica.

A mí me alucina que sean tan naifs, pero luego recuerdo que viven en la ideología y que ésta siempre se da una hostia bien gorda contra la realidad. Y es que el fanatismo es así; no hay mucho más que rascar.

El problema está en que son cobardes por naturaleza, solo se quejan por los pasillos y bajan la cabeza ante la dictadura woke e introducen su ración feminista. Porque si no lo hacen, serán tachados de machistas o de reaccionarios, o de ambas cosas, y vete a saber de qué más. En resumidas cuentas, sólo les interesa sobrevivir en una sociedad que ya no cree en ellos.

¿Estos son los luchadores y valientes que van a defender nuestros derechos si se bajan los pantalones ante algo tan institucionalizado y subvencionado como el feminismo o la Agenda 2030?

Lo más sangrante es que la CGT, supuestamente o en teoría, es anarquista. No me digan que no es de befa y escarnio (y me quedo corto). Y pensar —pensé yo, tan infantil— que, alguna vez, la CGT fue de lo más potable del mundo sindical, y ahora resulta que es igual, o peor, que los otros.

Y no estoy criticando a las personas que hay dentro, a los afiliados de base que buscan genuinamente mejorar las condiciones laborales (muchos de ellos, bellísimas personas cuya amistad espero conservar tras este artículo), sino al hecho de que no se dan cuenta —o no se quieren dar por enterados— de que alimentan un monstruo que no beneficia a nadie. ¡Y mucho menos a los obreros a los que dicen representar!

Amigos anarquistas, ¡despertad! Con vuestro beneplácito traicionero, le estáis haciendo el juego a un Estado cada vez más radicícola y censor.

No soy optimista. Los sindicatos —como los políticos— sólo se representan a sí mismos, para preservar sus intereses y su cuotita de poder. Son la misma desgracia y el mismo parasitismo para el ciudadano que un político de carrera; sí, ese que jamás ha pisado suelo real ni ha estado en una empresa privada o de autónomo.

Los sindicatos actuales son el Judas de los obreros. Hace mucho ya que se vendieron por treinta monedas de plata… o por menos.

Si no vais a rectificar, hacednos un favor y desapareced.

¡Salud y pedales para este recién estrenado 2024!

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