KRIPTONITA FEMINISTA

Publicado: 10 abril, 2024 en Relatos y cuentos
Exif_JPEG_420

Kuka posa linda con tebeos de Mortadelo (mítica colección OLÉ!)

Le despertó la alarma del móvil. Tenía que prepararse para la reunión de las siete. Mario aún roncaba. No comprendía que ella pudiera echar ojo ante tamaña audición orquestal después de estar con ese chico. Sin embargo —secreto de mujer— dormía como un lirón.

Se contuvo del intento de acariciarle la cara. No deseaba despertarle, o tal vez sí. Pero era ella la que tenía prisa. Así que se levantó con cuidado y comenzó a buscar su ropa. Por instinto empezó con las bragas y el sujetador. En aquella habitación, llena de viejos tebeos, había un espejo —no muy limpio— y pudo arreglarse un poco el pelo.

Los ronquidos iban cesando. Ya conocía sus patrones y sabía que empezaba a despertarse. «Mejor», pensó. Deseaba despedirse. Odiaba marchar sin hablarle. Y el primero que rompió el silencio fue él.

—¿Qué haces, nena?

—Me tengo que ir.

Se estiró con pereza sobre el colchón.

—¿A dónde?

Lo miró con fingida indiferencia. Ese tarugo debería saber a dónde iba. Se lo había dicho decenas de veces.

—He quedado con las compañeras. Siempre voy después de verte.

—¿Con esas zumbadas?

—No las llames así, por favor.

—Las llamo así porque están de atar.

—Pues pienso como ellas. ¿También soy una zumbada?

Él la observó con su pícara sonrisa.

—Tú estás buena.

—Ah, y eso es lo único que te importa. ¿Verdad?

Aquella postura la enervaba. Dejó de acicalarse la media melena y, muy seria, se giró para encontrar sus ojos en busca de una respuesta satisfactoria. Pero lo único que encontró fue su carota de «me da igual y me chupa un huevo que te molestes». Con su actitud, la desarmaba y excitaba a la vez.

Lo reconocía para sus adentros: la ponía cachonda.

Pero su ego se impuso —no con excesiva fuerza, todo hay que decirlo— y continuó sonsacándole.

—A ti no te importa nuestra lucha. ¿Cierto no?

Mario siguió extendiéndose unos segundos más sobre las sábanas, tal y como un congrio chapotearía en el agua.

—Pues no.

—Eso es por tus privilegios de hombre blanco heterosexual.

—¿Privilegios?

—Sí, tus privilegios.

—No será en la cama, nena, ¡donde he hecho yo todo el trabajo!

Apretó los labios antes de objetar con sequedad:

—Eso no tiene nada que ver.

—Si tuviera privilegios me la habrías chupado. ¡Tú no has dado ni golpe!

—Eres un cerdo. Me largo. ¡Ahí te quedas!

Al instante, dejó de zanganear sobre el colchón y añadió:

—¿Cómo? ¿Te vas a ir sin darme un merecido homenaje?

—No te lo mereces. No me tienes ningún respeto. ¡Ni a mí ni a nuestra causa!

Destapó la sábana que le cubría, con su sonrisa canalla aún más amplia, dejando su flácido pene a la vista. «Por favor, —pensaba— ¿por qué tiene que ser tan jodidamente guapo?». Le gustaba tanto que a veces pensaba que se le iban a derretir hasta las uñas de los pies. No obstante, todavía aguantaba —con dificultad— un rictus serio frente a él. Aunque también empezaba a notar cierta humedad —demasiada— en su sexo.

—Míralo, el pobrecito —la rogó, payasamente cariacontecido—. Necesita tus besos de despedida. ¡Ruega por tu amor!

—Olvídate. Está transpirado.

—¿Transpirado?

—Sí, y mucho.

—Quieres decir que está húmedo y sudado, ¿es eso?

—Exacto.

Él puso sus rodillas sobre el pecho. Siempre hacía eso cuando deseaba darle cepillo.

—Oh, qué culta eres y qué palabras usas. Eso me pone.

Aunque lo decía en tono chancero, ella pensaba que algo de verdad habría. Y la ruborizaba.

—¿De veras?

—Un poco sí, nena.

—Vaya, entonces… no es sólo que «estoy buena».

Él volvió a estirar las piernas. Esta vez su sexo estaba más… alegre.

—Aquí tienes la prueba. Así que déjate de cháchara. ¿Me la repasas o qué?

—Te he dicho que…

Abruptamente, la interrumpió para indicar, con vehemencia, su pene que se dilataba a pasos agigantados.

—Ya sé lo que me has dicho, nena, pero todo eso es tuyo. Tus orgasmos y tus fluidos. Yo no me he corrido.

—Ese no es mi problema.

—¿No es tu problema? ¿Y eso que llamas «sororidad», qué es? ¿Postureo?

Tuvo que tomar un profundo suspiro para no mandarle a freír espárragos.

—Eso sólo es aplicable entre hermanas y compañeras.

—Oh, ¡qué inclusivas!

—Para ya con tus sarcasmos. Sabes que no me gustan.

—Pero yo sí te gusto. Y quieres volver a verme. ¡Venga!, échale un vistazo al hambriento. Te mira y ¡quiere tus besos! Tiene cara triste. ¡Anda, sé buena y dale tu atención!

—No, ¡y no insistas! Eso es acoso.

—¿Acoso?

—Sí. Insistir es acoso.

—Pues cuando te conocí me mandaste a la porra. ¿Recuerdas? Insistí muchas veces antes de poder llevarte al catre.

—Eso es diferente.

—¿Por qué es diferente, Luci?

—No me llamo Luci. Me llamo Lucía.

—Pues cuando estoy dentro de ti digo Luci, y no parece importarte. ¡Ah!, también es diferente, supongo.

En ese instante pensó en abofetearlo. Pero la enseñaron que, en estos casos, el mejor ataque es hacer caso omiso. Así que, hizo un gran ejercicio de contención para evitarlo.

—Te lo he dicho: debo irme y se echa la hora encima.

Pero Mario no se rendía. Actuaba como si no la oyera. Y, lo que era peor, seguramente ni la escuchaba. Continuaba dando la matraca.

—Pero, nena, tan morcillona que se me ha puesto… ¡Si parece un rascacielos! ¿Lo vas a dejar pasar? Te confieso una cosa: cuando lo hacemos me gusta mirarte a los ojos; me hace muy feliz y mi «pequeño yo» se infla.

Era un crío. Le ponía los cuernos a su novio, a su compañero aliado, con un inmaduro que se pasaba las tardes leyendo viejos cómics. Pero ese chico era su debilidad.

Ella misma se percibió en el raquitismo de su respuesta.

—No tenemos tiempo…

También Mario comprendió que ella titubeaba. Y es bien sabido que las ocasiones las pintan calvas.

—Me correré pronto, nena. ¡Lo prometo!

—¿Por qué no te corres nunca «normal»?

—Me excita más correrme en tu boca. ¡Me chifla! ¡Eres tan bella!

En ese justo instante, un escalofrío recorrió invasivo su espina dorsal. Sabía que el «amor romántico» era un arma del heteropatriarcado para someter a las mujeres a los deseos de los hombres. Pero que la llamara «bella» ¡era kriptonita!

Ardía por dentro y sus defensas se desmoronaron como un castillo de naipes. La atracción no es negociable y su ego ideológico no era rival para sus deseos. ¡Ni para su sentido común!

Buscó en su bolso una goma para el pelo. Se hizo una coleta ante la contemplación de su amante gamberro. Ese idiota iba a salirse con la suya. Pero no le importaba. No, ¡para nada! Entonces Mario le regaló la sonrisa más seductora y fulminante de su repertorio; y… Luci  se derritió.

*Puedes descargarte, gratuitamente, este relato: KRIPTONITA FEMINISTA

**Y si te gustó, puedes echar un vistazo a estos otros: DOS FUGITIVOS de Ritxard AgirreMI MANERA DE AMARTE SIEMPRE de Ritxard Agirre

***Además, mis dos primeros trabajos literarios libres (pincha aquí)

Ritxard Agirre – https://ri2chard.wordpress.com/

TÍTULOS A LA VENTA (AMAZON y LIBRERÍAS)

««KIRK BOSTON contra la banda de Mark «el Guapo»»

Frontal el guapo

««JESÚS, EL HOMBRE MODERNO. 10 «leyes» para sobrevivir a tiempos posmodernos»»

JESÚS, EL HOMBRE MODERNO

«LA REDENCIÓN DE JOHN DICKSON»

«BILBAO y el mal escritor» – VERSIÓN KINDLE

Cubierta Bilbao

BOOKTRAILER  «BILBAO y el mal escritor»

«EL RUGIDO SECRETO» – VERSIÓN KINDLE

VERSIÓN KINDLE «EL EDIFICIO»

«TAROT. CAMINO DE LUCES Y SOMBRAS» en VERSIÓN KINDLE. ¡EDICIÓN ESPECIAL A TODO COLOR!

 

comentarios
  1. LadyBlue dice:

    La atracción no es negociable, es verdad. Mi consejo es que Mario mantenga satisfecha a la feminista en todos los sentidos posibles. El placer inmediato es efímero y nunca es suficiente. Qué buen relato! Un saludo.

Deja un comentario